viernes, mayo 20, 2005

Los efectos del turismo

Este texto ha sido redactado por un grupo de personas de la localidad malagueña de Torrox, supone una encendida voz de denuncia y resistencia frente al impacto económico ecológico y sociocultural del turismo como fenómeno de masas.

Aquí estamos, en la lucha. En la lucha diaria que es la vida para sacar adelante lo poquillo que cada uno tenemos. A veces son los frutos que da la tierra; otras veces son los hijos; otras, uno mismo. Pero en cada uno de nosotros hay algo que no es nuestro, que no nos pertenece en exclusiva sino que, más bien, es algo a lo que pertenecemos y por lo que también tenemos que pelear. Esa es una parte de nosotros que nos identifica con los demás, en la que nos reconocemos paisanos, partícipes de unas mismas costumbres y valores, que nos permiten la comunicación en eso que no es de nadie, en lo que nos es común a todos. Eso que nombramos es una plaza o un llano que todos pisamos con igual derecho y al que acudimos para intercambiarnos la palabra y, mediante ella, otras necesidades. Esa plaza es la tierra con la que nos identificamos, la palabra que en ella intercambiamos es la cultura a la que pertenecemos. Es verdad que no son las mismas siempre, que la plaza y la palabra sufren transformaciones y cambios que provocan los mismos que las viven, porque no hay nada que dure de la misma manera para siempre.

Pero hay cambios que llegan de otro lado y en los que la gente no tenemos posibilidad de participar: son situaciones impuestas, no negociadas, sino mandadas desde arriba. Cuando esos cambios forzados son muchos o muy fuertes, se corre el peligro de que los lugares comunes que tenemos la gente no se puedan adaptar a la avalancha que se les viene encima y, como si fuera una riada, se lo llevan todo por delante. De manera que, antes de que eso suceda, tendremos que reconocer que hay una amenaza, que viene de un lugar concreto, para después poder reforzar las orillas de la tierra que pisamos y evitar que nos arrastre el agua.

Ese llano en el que hablamos los vecinos, los familiares, los amigos, está amenazado por una crecida de especuladores y turistas que nos están rodeando y que parecen haberle puesto sitio a Torrox, como antaño otros invasores. En lo que vamos a contar creemos que hay razones suficientes para comprender el peligro que se nos viene encima.

La tierra está asediada por los especuladores y, tanto a nuestras costumbres como a nuestros valores, les ha puesto sitio la nueva mentalidad que se cuela por los aparatos de televisión y la colonización extranjera, que está redoblando nuestra tierra de guiris, como si nosotros hubiéramos perdido el derecho a decidir en qué condiciones queremos vivir aquí. Sólo les va a faltar expulsarnos otra vez, como ya hicieron con los moriscos, para quedarse ellos con todo.

Nuestra generación es testigo de cómo todo comenzó hace años, cuando una constructora alemana nos robó la playa. Sí, la robó porque la gente entonces no pudimos decir nada, y lo que pagaron por ella fue un precio de risa; sin olvidar que destrozaron parte de las ruinas romanas, por las que aún no nos han indemnizado. Hubo gente entonces que se alegró porque aquello le daba vida al pueblo. Pero ¿qué pasó después cuando se acabaron de construir los bloques?, ¿qué pueblo se benefició de la miseria que dejaban los alemanes en la costa más que cuatro jardineros y cuatro barezuchos? Los que de verdad sacaron beneficio fueron y son los dueños de los bloques y las agencias de viajes, todos alemanes, por supuesto. La riqueza que aquello iba a traer no se vio por ninguna parte: la gente se siguió yendo a las cañas y cogiendo las aceitunas, como siempre. Aquello fue pan pa hoy y hambre pa mañana porque la costa se perdió y quedamos todos burlados.

Como los empresarios del turismo apartaron los ojos de Torrox (porque había ganancias más fáciles en otros sitios), se le dio un impulso a la agricultura con la introducción de nuevos cultivos, unos con mejor y otros con peor fortuna El agua de los pozos que se abrieron a los pies de la sierra vino a traer nueva vida. Esta fuente de riqueza ponía, junto con la tierra y el clima, las bases para nuevos cultivos, para nueva vida en el campo. Todo así lo indicaba, pero los de arriba ya habían decidido que el agua de los pozos vendría a servir para llenar las piscinas de los extranjeros y de los domingueros. Porque, para entonces, España había entrado en la Comunidad Europea y había tenido que aceptar las condiciones que le impusieron los países ricos, que fueron, entre otras, que su costa mediterránea sirviera para que los alemanes y los ingleses tuvieran un lugar de vacaciones barato y para que sus viejos vinieran a morirse al sol por cuatro duros. Y eso significaba que debían abandonarse los incipientes proyectos agrícolas para la zona y que la tierra había que convertirla en solares, en vez de en bancales. Una buena política agrícola habría levantado la economía del pueblo, que tiene tierras y clima para dar buenos frutos. Pero España entró de rodillas en la Comunidad Europea y le impusieron una economía dependiente de los países ricos. ( A esta luz podemos entender el porqué de lo que está pasando con el aceite).

De este modo, llegamos a fecha reciente, de hace unos cinco años. Al poniente de Málaga (donde está ese engendro llamado Costa del Sol Occidental), la explotación casi ha acabado con la vida de la gente, que ya ni respirar puede; al levante de Málaga, la zarpa de los especuladores se ha llevado la costa y arañado algunos pueblos. Y ahora se han fijado en los lugares cercanos a esta costa. Han venido a esta parte de Málaga porque los propios guiris están aburridos de venir de vacaciones y encontrarse con ellos mismos: les estorban sus compatriotas y los demás guiris (así lo comentaba un día un danés en la plaza). Ahora buscan algo más auténtico, un lugar donde la gente no esté aculturada, donde todavía se mantengan los valores y las costumbres de siempre; donde la gente no les reciba con sonrisa de plástico y les saque los cuartos; donde no se sientan guiris porque les debe dar asco ser lo que son. Buscan una zona culturalmente rica y variada para explotarla, porque tierra todavía tenían una poca de Estepona para allá, pero no querían más de lo mismo, querían una Málaga auténtica, como la de hace cuarenta años, para empezar de nuevo, para volver a sentirse seres afortunados y superiores de poder disfrutar de un nivel de vida mejor que el de la gente de nuestros pueblos. A eso han venido por aquí, a explotar nuestros valores culturales, cuando ya en el otro lado de la costa han acabado con ellos.

Esos roalindes de los especuladores se dieron cuenta del semiabandono de las casas viejas de Torrox y de que los cortijos se estaban cayendo. La Junta de Andalucía y el gobierno de Madrid, en lugar de ayudar a mantener y aumentar la vida agrícola de la zona, la dejó a su suerte, tocada del ala como estaba. La Junta de Andalucía ha dejado de enviar fondos de ayuda de la Comunidad Europea a Torrox, dadas las perspectivas de desarrollo que hay para la zona. Para entender bien lo que pretenden hacer tendremos que volver los ojos a Fuengirola o Benalmádena o Torremolinos, y así podremos hacernos una idea del desarrollo que quieren para nosotros. En vez de enviar ayudas para apoyar a la agricultura, nos envían especuladores, ingenieros y arquitectos sin escrúpulos y guiris y más guiris. Y si vamos a los puestos de trabajo que crea el turismo para la gente del lugar, equivocados estamos: son lo más bajo que hay después de la esclavitud (quien lo dude que pregunte a quien trabaja en un chiringuito o en un hotel de la costa, que en cuanto pueden se van, incapaces de aguantar semejante explotación y desvergüenza de los empresarios). Esta es la única oferta que tienen ellos para Torrox y la zona, ¡y que encima les estemos pagando por eso, vamos, clama al cielo! Desde hace ya tiempo sabían ellos el destino de esas tierras que se iban abandonando, y que a la muerte de los muchos viejos de Torrox, las casas y los cortijos caerían en las garras de esos carroñeros (no sería de extrañar que ya contaran con un censo de casas habitadas por viejos, a la espera de que se mueran para especular con ellas). Fueron comprando casas y cortijos; los más pintorescos, en el Collao, en el Pontil, en la Jesa... Ante el volumen dé negocio que se iba creando llegaron peces más gordos, con más agallas, y montaron una inmobiliaria que vende la tierra de Torrox en Inglaterra a precio de saldo. Y hasta los viejos correores de Torrox han aprendido enseguida y se han adaptado a los nuevos tiempos, traicionando a sus paisanos. Todos ellos son los verdaderos herederos de estas tierras y estas casas. De mientras, ya hay torroxeños que han vendido y se han arrepentido. Primero fue la ilusión de ver uno o dos millones de pesetas juntos por algo que no se esperaba vender a ese precio; después, cuando el dinero se acabó, se perdió todo: ni dinero, ni cortijo. Hay algunos que dicen: «¡no quiero ni ir a verlo porque me dan ganas de llorar!».

La especulación ha inflado los precios. La gente de Torrox que vende prefiere hacerlo a los extranjeros porque saca más dinero de la venta; los torroxeños que quieren comprar, tienen que pagar precio de guiri. Los especuladores se han multiplicado; los hay de aquí, de más allá y hasta de la quinta puñeta; los hay chicos, que se buscan la vía en un menchón pelao trapicheando pa sacar un pellizco, y los hay gordos, con las agallas de un tigre. Y, luego, están los propietarios guiris que, sin ningún escrúpulo, hacen solares en el cacho de pecho que compraron para revender la tierra a otros guiris y hacer un negocio redondo. ¡El demonio, lo listos que son!. Y todos sabemos que, aunque la ley prohibe construir en determinadas circunstancias, todos, guiris y allegados a las administraciones, están haciendo lo que les da la gana, que como mucho pagan una multa de risa -los que la pagan- y sanseacabó. La única función del ayuntamiento, en este sentido, es permitir que la especulación y el deterioro ecológico y paisajístico se produzcan sin contratiempos, que su tajada económica y política están sacando los sabiondos que nos mandan. Esos son a los que se les llena la boca hablando de la autovía y no se han parado a escuchar los lamentos de la gente por la pérdida irremisible de sus tierras y sus cortijos; que es que la autovía va a traer más turistas, más especuladores, hasta que Torrox entero esté vendido, y como pasó en Conejito en los años setenta, cuando se acaben las cuatro perras que nos dan por la tierra y por las casas, nos habrán colonizado a la manera moderna y se habrán quedado con las tierras y con los negocios: aquí tenemos a la Casa Larios vestida de nuevo con las mismas ganas de hace cien años, pero ahora hablando inglés.

No se nos hace ni raro pensar en un alcalde guiri en Torrox (aunque pa lo que hay y lo que ha habido, tanto da). Los guiris llegan sin hablar ni papa de español y, la mayoría, sigue sin hablarlo después de años. Se aíslan en sus casas a las que, si pueden, ponen una cancela y, si es su cortijo, levantan vallas, cortando sitios de paso de toa la vía. No se integran, no les interesa nuestra cultura más que como adorno: no les interesamos nosotros. Simplemente, formamos parte del paísaje; somos un elemento decorativo necesario que no les queda más remedio que aceptar. Y, a pesar de todo, los seguimos tratando hospitalariamente. ¡Bendito sea dios, que a veces no hay quien nos entienda!. Pero ellos han tratado a la gente siempre de otra manera. Los ingleses, en la India, se mantuvieron siempre apartados de la población, para que no se les pegara nada. Incluso exageraron sus costumbres para diferenciarse de los indios y hacerles ver que eran unos salvajes. Ahora, están llegando aquí, con un ejército silencioso de turistas, sin cañones, pero con la misma frialdad y la misma intención de sacar el máximo beneficio que puedan de esta tierra soleada, que tan exótica les parece. ¡Que nunca tengamos que arrepentirnos del sol que nos calienta! A medida que vayan llegando más irán imponiendo sus costumbres y su lengua. Ya hay algún programa en Radio Torrox en inglés, ¡como si no tuvieran ya bastantes emisoras para ellos, que han impuesto su lengua en el mundo y no se molestan en aprender otras! No es esa la manera de hacerles entender que aquí hablamos español con deje andaluz, y que el respeto y las más elementales reglas de cortesía aconsejan al extranjero aprender la lengua de la gente que le recibe: el esfuerzo lo tienen que hacer ellos, no nosotros. Hacerlo de otra manera es caer en el servilismo: encima de perros, apaleaos.

También nuestras costumbres y nuestros valores se están empezando a ser sometidos a cambios forzados. La tierra, para nosotros, siempre ha tenido un gran valor, no sólo económico, sino también simbólico: es la tierra que han labrado nuestros abuelos y que se ha mantenido, aunque en ocasiones hubiera que ponerle dinero encima. Ese valor simbólico de la tierra, que es parte de nuestra memoria, se está perdiendo por culpa de la especulación. Estamos cambiando un valor autóctono, nuestro, por otro de fuera que, a la larga, nos va a provocar una enorme desazón; si no al tiempo, paisanos y familiares. Una vez, a una mujer de Torrox le pidió un guiri una casa que tenía vacía para pintar cuadros, a cambio de un alquiler. El guiri pasó allí unos meses pintando. Cuando llegó el momento de irse, la mujer no le cobró un duro. «Él se habrá servido de la casa y la habrá dejado como estaba, ¿qué sacaba yo con cobrarle si no voy a salir de pobre? El hombre me estará en ese agradecimiento», decía la mujer. Se puede pensar que esta mujer es tonta (así es si uno ya ha entrado en el juego del beneficio económico y se ha olvidado de lo demás), pero su actitud, aunque no sea muy frecuente, nos recuerda que nosotros tenemos otros valores. No se trata de que tengamos que darles todo gratis a los guiris, no, sino de recordar quiénes somos; que la hospitalidad y la compasión son muy importantes para nosotros y nos las están cambiando porque, si todavía hay alguien capaz de hacer lo que esta mujer, dentro de un tiempo ni nos acordaremos de que algo así es posible, que parece verdad aquello de que a la fuerza ahorcan. Y hay que pensar que en los países que se llaman desarrollados, están intentando recuperar los mismos valores que todavía tenemos aquí, porque son símbolo de progreso y son la mejor manera de vivir, ¡y todavía no se han enterado los políticos de lo que significa progreso y bienestar; el demonio los confunda!

Este asedio a los valores autóctonos no sólo viene de los guiris, sino también desde dentro de nosotros mismos, de los más influidos por la nueva ética económica. Hay mucho dominguero que se hace un chalé descomunal con su piscina y todo para malgastar la escasa agua que tenemos, y que deja que las aceitunas se caigan, que la viña se pierda, y que, si puede, mete baza para sacar su parte del negocio de la especulación de la tierra.

Corremos el peligro de desestructurarnos, como pasa en Inglaterra o Alemania o en algunos sitios de la Costa del Sol Occidental, y que se nos venga el chambao encima y nos quedemos con el culo al aire. Que a esta alturas tendríamos que haber aprendido ya de lo que ha pasado ahí, al lado de Málaga, y de nuestra propia experiencia, que bastantes palos nos ha dado ya la droga en Torrox como para dejarnos caer en otra vana ilusión que nos quite la tranquilidad y la salud; que lo que estamos haciendo ahora nos va a traer más dolor que satisfacción cuando se disipe el engreimiento del dinero fácil; que, como se dice, nadie da duros a cuatro pesetas y en algo se lo están cobrando y ese algo es lo que, sin darnos cuenta, estamos vendiendo gratis, metido en el lote con todo lo demás, y cuando queramos recuperarlo, ¡ja!, a ver quién se lo quita a los guiris, que lo primero que hacen es una escritura.

Hace poco el suplemento semanal del periódico El País dedicaba un artículo a nuestra zona. En él se alababa la preservación de muchos de nuestros pueblos y cómo habían sabido escapar al desastre urbanístico del otro lado de la costa. El viajero que se acercara por aquí, se decía, tendrían la ocasión de disfrutar de la belleza de los pueblos y de sus campos. Esa es otra manera de permitir que el forastero se acerque a nuestra tierra: desde el respeto y la admiración que merece lo bello. Y antes que nadie debemos ser nosotros los que disfrutemos de nuestros pueblos; ese debe ser el principio de cualquier transformación. Pero los descerebrados e insensibles que nos mandan son incapaces de ver dónde está el valor de lo nuestro, y no les importa que se eche abajo medio monte para llenarlo de urbanizaciones al lado de la costa hasta que la mar ya no se vea desde las azoteas del pueblo; se piensan que lo bueno es hacer mucho, aunque sean desastres, que todo es correr -como en su autovía- para no llegar a ningún sitio, y es que todas las autovías son iguales, vayan por donde vayan. De seguir así, toda la costa malagueña será un Torremolinos de punta a punta ¡¿Qué se puede esperar de los que están cortaos y trepaos?! Pero ante todo lo dicho, nos cabe la duda de que las cosas puedan verse de otra manera, que esto no pretende ser un panfleto totalitario para manipular a la gente. ¿Acaso no se ha revitalizado la vida en el campo y ha mejorado la situación económica de a gente? Es cierto que la primera impresión es esa, pero también es verdad que ya hubo un repunte antes y que el beneficio real para la tierra es mínimo: los guiris no están abriendo hoyos para poner viña. Por otro lado, el encarecimiento de la tierra no nos beneficia, porque han sido los especuladores los que han disparado los precios y los guiris los que han aceptado esos precios, de esta manera, tenemos nosotros que pagar ahora mucho más por lo mismo: somos los únicos perjudicados por la inflación del precio de la tierra. Y, por lo que respecta a la situación económica de la gente, lo cierto es que son cuatro o cinco, la mitad de fuera, los que están sacando partido del negocio que se ha montado con la tierra y las casas, que los demás nos las buscamos en lo mismo que antes. Parece que lo que ha pasado en Torrox es que se han creado puestos de trabajo, muy bien pagados, para la gente de fuera; los demás no nos hemos movido mucho, la verdad.

Sabiendo ellos, los de arriba, como saben, que esto es así, ¿no hubiera sido más beneficioso para el pueblo frenar la llegada de especuladores y turistas, presionar a donde hubiera hecho falta para apoyar los frutos de la tierra y poner en marcha una política urbanística que fuera escrupulosa con el entorno? Entonces, nos encontraríamos con un pueblo más bonito si cabe, más lleno de vida social, con la misma renta per cápita con que cuenta ahora mismo y hospitalario con cuantos forasteros y viajeros por aquí se acercaran. Pero eso sería hacer las cosas bien; eso habría significado poner a los políticos a sudar sangre para buscar el bien del pueblo y ellos no están dispuestos a trabajar (¿quién ha visto nunca a un político trabajar?); lo único que les interesa es ganar las siguientes elecciones. De modo que es más fácil engancharse al carro de que vengan chupasangres, explotadores de la tierra y guiris a espuertas y pedir autovías, que como saben que eso es lo que va a pasar, pues es muy fácil nadar con la corriente y aparentar que se está haciendo este mundo y el otro, para que la gente vea que se lucha por el pueblo o por la zona, que luego esa misma gente, que es tonta, se lo agradecerá votándoles en las próximas elecciones. ¡Que no, Manuel, que los políticos son una plaga que nos ha caído a la gente!

Sí que tenemos dudas, para qué negarlo, cuando vemos que alguien puede levantar un poquillo la cabeza, pero siempre se nos acaba revolviendo alguna tripa en la barriga. ¡Que no, que las cosas no tienen por qué ser así, que esto nos va a salir demasiado caro a la gente! Por eso, tenemos que pararnos un momento, mirar a nuestro alrededor y hablar con nuestros vecinos para entender qué está pasando. Mientras tanto, los que firmamos esto, nos hemos ido a la sierra de las palabras a resistir, que se nos está volviendo la boca hiel de ver lo que vemos. Resistir significa no vender. Es la mejor manera de no darles carroña a los buitres. Resistir significa denunciar a quien corte una vía de paso en el campo, que si no lo hacemos nosotros nadie lo hará y habremos perdido derechos ganados por nuestros abuelos.

Resiste, no vendas; y, si no te queda más remedio, vente a esta sierra a resistir con nosotros.

Los sitiados
Torrox (Málaga)

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